viernes, 28 de enero de 2011

Segundo


Al amanecer, ligeros hálitos recorren la ciudad, todavía desierta. A esta hora, que es la que queda entre las muertes de la noche y las agonías del día, parece que la peste suspende un momento su esfuerzo para tomar aliento. Todas las tiendas están cerradas, pero en algunas el letrero cerrado a causa de la peste atestigua que no abrirán tan pronto como las otras. Los vendedores de periódicos, todavía dormidos, no gritan aún las noticias, sino que, apoyados en las esquinas, ofrecen su mercancía a los faroles con gesto de sonámbulos.